“Lo que la experiencia ofrece es de confuso tejido, y la mente tiene mucho que negar antes de reunir los materiales de una teoría. El rocío y el trueno, el destructor Atila y los corderitos de la primavera pertenecen a un orden contrastante que ni la máxima repetición puede asimilar. Hay una deformación extraña y tosca en la red del mundo, como de un planeta fastidioso en la casa de la vida. Las cosas no son congruentes, y llevan extraños disfraces: la flor consumada brotó del estiércol [...] Con las cenizas de César, nos dice Hamlet, los chiquillos hicieron pasteles de lodo y ensuciaron sus rostros.” (Robert Louis Stevenson, Las flautas de Pan)
¿Es esto lo que buscaba, en lo que tanto me afanaba, es esto lo que trabajamos a cuatro, seis, diez manos, todos los desvelos, las desmañanadas, las noches que eres el último en salir del edificio de la universidad, las ensoñaciones en las que persigues los mismos problemas que despierto, los sueños más locos y encarnados, las imágenes súbitas, las mezclas inesperadas, los veintes, las dudas, la inspiración que llega en el peor momento, las lagunas de ideas estanque, las infinitas modificaciones de la acción, la vivencia de lo irrepetible, el intento de representarlo?
¿Hay aquí algo de los errores reconocidos, de los errores ignorados, de las discusiones interminables, las acaloradas y contagiosas, las que se tornan raras, los malentendidos, las amistades entreveradas, hay algo de las personas creadoras que se presentan con su historia, la confidencia biográfica durante un embotellamiento, los desencuentros, las rupturas, las responsabilidades desconocidas, el miedo a transgredir lo prohibido al tomar la propia voz, sentir el cálido apoyo del otro, los madrazos, el desgaste físico, los mocos de esas gripes furiosas después de meses de estrés?
¿Cómo veo en esto los traslados pensando qué se va a hacer, las carreras para llegar a la reunión, el silencio de la espera, el “quieres un café”, “sabes qué pasó”, “te traje un regalito”, “¡qué hambre!”, la charla en la comida, las libretas que se van terminando, haciendo viejas, las hojitas sueltas con apuntes por todos lados, la blancura debajo de la pluma, los dibujitos en los márgenes, los pizarrones, los esquemas, diagramas, borradores, tablas, bocetos, guiones, los recados de “regreso en 10”, “no te olvides de”, los chats largos y cortos, la idea nueva y sus emojis de sorpresa y celebración, las respuestas, forwards, adjuntos, cadenas caóticas de correos?
¿Están presentes en esto las oraciones escritas y párrafos hablados, las observaciones al documento, las correcciones y comentarios, las lecturas de textos, de casos, de actividades, de emociones, las lecturas cruzadas, las lecturas de lo inesperado, su torpeza, la invención de palabras, de nombres y verbos, el tiempo dedicado a ordenar archivos de papel y electrónicos, etiquetar carpetas, usar el calendario, los planes, cronogramas, fechas importantes, confirmaciones que no llegan, los oficios dirigidos, solicitudes, informes, protocolos institucionales, agradecimientos, los “queda de usted” y “reciba un cordial saludo”?
¿Es esto lo que intuí en aquel poema, el reconocimiento implícito de unos versos como imagen de lo deseado, la imaginación potenciada por un cuento, una pintura, una fotografía o una canción acerca de “lo que hacemos”, “a dónde vamos”, “cuál es el problema”, la manera en que la memoria se moldea por ello, la música perfecta para chambear, la música que el otro prefiere, las melodías que graban un momento, es esto lo que tanto nos costó soltar, lo desaprendido, la sutil enseñanza del olvido?
Imágenes propias.