2.1.14

La primer vez que apliqué un examen en la Universidad. Narrativa docente corporeizada


Rescato fragmentos de una ponencia que escribí a finales del 2006 para el 1er Coloquio del Área de Cultura Científico-Humanística de la UACM.

Se trata de una narrativa docente corporeizada e inconclusa sobre la vivencia de la evaluación en la institución de un profesor novato que soy yo. He quitado la mayor parte de contenido "teórico" que me parece innecesario, y he puesto en corchetes algunos comentarios actuales [así].

Ha pasado mucha agua por el río, me identificó con este yo-docente, pero distingo bien los límites que nos separan. Lo he querido subir al blog porque me parece apunta a varias llagas de la formación docente en la universidad en general, y en particular en la UACM. 


Scherzo in Gold - VICTOR DELHEZ Belgian, (1901-1985) Wood engraving, 1948, small edition. 11 3/4 x 8 7/8 in. Signed in pencil and also initialed in the block. Inscribed "epreuve d'artiste". This brilliant parody on the concept of the "Golden Number" depicts a professor with the skull of a parrot and five students. The print is constructed around several pentagrams.


El aula es el espacio inacabado, ordinario, al que confluimos las voces heterogéneas que suelen ser omitidas, negadas, desvirtuadas en el discurso educativo. El aula es ese cuerpo social silencioso que escapa a la representación, por más que se intente ahogarlo desde una voz portadora de valores que le son extraños. El aprendizaje, concepto secularizado a partir de finales del siglo XIX, supone la lógica de un cambio que ocurre o debe ocurrir como resultado de unas acciones, ya sean externas (comportamientos) o internas (cogniciones). El cambio de los sujetos es un campo saturado de valores que intentan prescribir un rumbo, un desarrollo, unas metas de los sujetos que aprenden. Ese campo esta, sin embargo, vacío de las voces de esos mismos sujetos.

El día del examen


Salí de casa pensando “hoy es el día de la verdad”. Era un tono de ironía y de burla en mí voz interna, y lo que sentía era una emoción confusa. Una semana antes, en la plática que di sobre Revolución científica, sentí la necesidad de expresar a los alumnos la contradicción que estaba viviendo: “tengo dos objetivos en esta plática”, comencé diciendo, “el primero es aportar elementos generales para el tema de revolución científica, y cubrir con ello la expectativa que nos reúne hoy… porque debemos ser honesto, la certificación es la hora de la verdad, estamos nerviosos, ustedes y nosotros, y sabemos que la certificación no es lo mejor”.

Ahora que realizo este recuerdo, creo que debí haber agregado: no parece ser buena idea negarla, ni eludirla, ni simplificarla. Continúe mi discurso en el pequeño salón donde los cincuenta alumnos, de la mañana y de la tarde, algunos que venían de San Lorenzo y yo, ya empezábamos a sudar la gota gorda, “Mi otro objetivo es aportar elementos para la reflexión de nuestras ideas sobre la ciencia… me niego a dar simplemente un repaso o un resumen del tema, así que voy a plantear algunas preguntas sobre las que yo mismo no tengo respuesta”.

Estaba diciendo que iba a hacer una cosa mientras hacía otra. Me negaba a aceptar la condición de “preparar a los alumnos para el examen”, y al mismo tiempo estaba haciendo algo que expresaba la responsabilidad que sentía hacia ellos.

Mi nerviosismo comenzó a crecer cuando llegando al salón asignado para el examen estaban ya esperando los estudiantes, ¡Y la gran mayoría eran mis alumnos! Me enternecieron cuando pasaba a tomarles lista y dejarles el examen y ya esperaban con su credencial a la vista. ¿Y si alguno de ellos no trajera la identificación?, ¿Iba a negarle el examen aún sabiendo que no era un impostor? La pregunta es absurda, pero qué era lo que estaba pasando.

De pronto no era necesario que Emiliano-el-profesor-de-todo-un-semestre estuviera ahí, no era necesario mi conocimiento de cada chica y chico, no era necesario saber que Magali se tardó medio semestre en entender la diferencia entre el modelo geocéntrico y el heliocéntrico, tampoco que Alejandra se había clavado con el tema de la industrialización y la ciencia en el porfiriato, mucho menos que Héctor, que siempre llegaba con su tarea, se dormía la mitad de la clase por que trabaja de noche.

Se necesitaba a otro Emiliano, el representante de la institución que aplica el instrumento de certificación en igualdad de condiciones para cada alumno, siguiendo unas reglas que le son independientes. Y de inmediato este Emiliano certificador empezó a querer tomar cuerpo. “Esas dos chicas están susurrando mucho”, “aquel parece que esconde algo entre las piernas”, “ya lleva mucho tiempo en el baño, voy a asomarme a ver dónde está”, “qué es lo que lee en el celular”. Una oleada de desconfianza ¿De dónde venía esta sospecha?

Un caso


¿Cómo le va a ir a esta alumna concreta, llamémosla Guadalupe, que conozco a través de una relación histórica de cuando menos un semestre, de la cual tengo recuerdos especiales como el día que por primera vez participó en clase o de su inocencia para hablar de ciertos conceptos difíciles, o simplemente de su tartamudeo, cómo le va a ir en la certificación, cuando yo sé que está lejos de contestar correctamente según los criterios que se han establecido para el examen? Valorando a Guadalupe con la tabla homogénea de criterios de la certificación simplemente “no cubre los propósitos”. Y sin embargo yo sé (y más tarde regresaré a la importancia que tiene este “yo sé” del profesor) que Guadalupe ha hecho un gran esfuerzo, ha aprendido cosas que no imaginaba, y desde mi perspectiva merece acreditar el curso.

Este es un asunto desmesuradamente subjetivo. Las respuestas institucionalizadas a la preocupación del profesor de Guadalupe son más o menos así [según el proyecto educativo de la UACM]:

“¡Excelente! Si Guadalupe ha avanzado que siga así, puede recursar la materia o perseverar en asesorías hasta que esté ya preparada para enfrentar la certificación. Es importante que el profesor y el tutor se pongan de acuerdo en ello para motivar a Guadalupe a continuar con su aprendizaje, pues la Universidad debe dar a cada alumno la posibilidad de avanzar según sus propios ritmos y capacidades. Si, según el profesor, la alumna sabe, entonces debe demostrarlo aplicando a un instrumento externo, que, libre de prejuicios o valoraciones subjetivas, le permita demostrar sus conocimientos, y de ese modo pueda la Universidad 'dar fe' del aprendizaje de Guadalupe”.

Si pensamos de esta manera hemos de suponer que Guadalupe vive en una sociedad que valora altamente la actividad intelectual como un fin en sí misma. Que disfrutar del aprendizaje de nuevos conocimientos es para ella un motivo central de existencia. Por ende, hemos de suponer que Guadalupe goza de una libertad de tiempo y de recursos propicia para dedicarse al aprendizaje, y que está feliz de encontrar por fin una institución universitaria que le brinde esta oportunidad sin restricciones, docentes muy bien capacitados para auxiliarla, así como instalaciones, equipo de cómputo y otros beneficios.

Tal vez Guadalupe cursó una educación básica y media superior en algún otro país [no me queda claro], donde interiorizó cosas como “aprender de los errores”, apreciar a los profesores como compañeros de estudios y no como figuras de autoridad, enfrentar los retos del aprendizaje de manera autónoma y en su momento saber pedir ayuda, trabajar en colaboración, desarrollar un sentido crítico y humanista, en fin, interiorizó que el aprendizaje es un responsabilidad individual y colectiva. Sin embargo, la vida de Guadalupe, como ella la cuenta, es algo distinta:

Parte de mi vida es muy constructiva en el tiempo ya que tengo que planear exactamente qué es lo que tengo que hacer como levantarme, hacer mi quehacer, darle de comer a mi hija, ayudarle en lo que pueda a mi mamá; posteriormente empezar a hacer tarea y comúnmente cuando me transporto de mi casa a la escuela, voy leyendo copias que dejaron en la escuela o un libro que me haya llamado la atención. [extractos de la autobiografía escolar de la estudiante]

Para ella (y la mayoría de los estudiantes la certificación) es un asunto vital, sobre el que se preocupa durante todo el curso, preguntando cómo será el instrumento, si lo que se revisa en clase “va a venir en el examen”, pidiendo asesorías sobre temas que no entiende. Para Guadalupe “pasar la certificación” es central, y eso no la vuelve una estudiante menos centrada en el aprendizaje, no la vuelve una “alumna bancaria”. A Guadalupe, como a la mayoría, no le basta con que la institución no castigue su posible irregularidad, no le basta con saber que podrá sobrevivir dentro de la universidad.

Contrariamente de lo que se espera de una estudiante que le interesa tanto la certificación Guadalupe reflexiona sobre su formación en estos términos:

Mi educación académica fue diferente a comparación de lo que llevo estudiando en la Universidad porque aquí aprendes relacionando las cosas, involucrándote con el tema, la relación que existe en nuestra vida cotidiana, así como también la forma de cómo llevarlo a cabo para comprenderlo mejor y no se nos olvide. Ya que en la secundaria si querían te daban clases y si no, era pura memorización sin comprensión y sin análisis de los temas y uno como alumno se le hace aburrida la clase y no le presta atención, obviamente pasas a duras penas con seis.

Vivencia y saber docente


En mí vivencia de la enseñanza, se presenta la continuada sensación de imposibilidad para expresar lo que es el aula. No podría afirmar que todo docente viva esto, pero si estoy seguro de que no estoy solo. En mi caso es posible que el origen de esta desconfianza esté relacionado con la formación como investigador educativo. Cuando se confrontan la teoría del aula con su vivencia –no te das cuenta de esta confrontación hasta más tarde-, el entusiasmo inicial de “estar haciendo algo más acertado para modificar el aprendizaje” se trastoca en una difícil situación. Los profes y los alumnos no sabemos comportarnos como dice la teoría. 

Existe un agotamiento casi fisiológico en el desencanto progresivo que provoca el discurso sobre la educación. Muchas maestras de primaria que entrevisté expresaron este agotamiento como una completa desesperanza en que cualquier tipo de reforma, o cualquier enfoque novedoso pueda ayudarlas a cambiar las condiciones de sus aulas. 

El discurso educativo está lleno de trampas, una de ellas es la soberbia con que promete, una y otra vez, tener elementos concluyentes para acabar la crisis. Para educadores e investigadores la trampa es sutil y opera justo cuando nos colocamos en el lugar de “buscar una alternativa”. Porque la lógica a la que conduce supone que deba existir una mejor fórmula, una verdad mayor, un error que sólo nuestro enfoque puede denunciar.

La búsqueda de “las conductas observables”, “las competencias” y “los indicadores”, conduce a la desazón y al conflicto. A la desazón porque, como ha mostrado con belleza Philip Jackson, las huellas de la enseñanza en docentes y estudiantes, la influencia que las aulas tienen en nuestra vida pertenecen a lo que no es audible ni visible, y están fuera de los programas y planes de estudio. 

Buscar pruebas objetivas de acuerdo a criterios técnicos tiene como consecuencia que los propios participantes del fenómeno educativo rechacen la voz de su propia vivencia, y marginen así las fuentes del saber que sólo su reflexión sobre la práctica puede aportar. Siempre es grato observar que las pláticas informales en el aula, los pasillos y los cubículos burlan el control del discurso educativo [y ni qué decir ahora con las redes!].

A mitad del semestre escribí:

El curso ha sido frenético y las semanas que quedan me parecen nada. No me agrada mucho por dónde vamos, estoy ansioso y ocupado por los contenidos y claro por la certificación. El programa se ha vuelto el enemigo a vencer. Me queda la impresión de que la única manera de terminarlo es preparar exposiciones del docente para todos los temas que faltan. De nueva cuenta me pregunto qué sentido tiene el programa. De nuevo siento la obsesión por eliminar la angustia con más trabajo. Una vez más la sensación del mal docente, la culpa por no haber hecho tal y cual cosa, de no saber, de no tener la brújula, el orden, la respuesta…

[Jajajaja, qué drama eso último, hace tiempo que la sensación se disolvió, y nos instalamos, como reza el subtítulo de este blog, en la indocencia]



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