27.11.12

El conflicto en la UACM y la criminalización de la educación

Foto: Iván Gomezcesar



A las y los estudiantes de las barricadas, a las y los de rostro cubierto

Una revolución en contra de aquellas formas de privilegio y de poder que se basan en el derecho de obtener conocimientos profesionales debe iniciarse con una transformación de la conciencia sobre la naturaleza del aprendizaje (Ivan Illich, Alternativas)

Until the philosophy which hold one race superior
And another
Inferior
Is finally
And permanently
Discredited
And abandoned –
Everywhere is war –
Me say war. (Robert Nesta Marley Booker)


En un contexto de crisis generalizada del sistema educativo, el conflicto político que se vive actualmente en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) ofrece una oportunidad para observar la representación dominante sobre la educación que comparten diversos actores mediáticos, políticos, gubernamentales y universitarios. Representación deteriorada de lo que significa educar y ser educado que se muestra de manera cruda en respuesta a las características particulares del proyecto de la UACM. Algunas de esas características, como la no selección por medio de examen, la flexibilidad curricular o la democracia interna provocan urticaria a la moral del establishment educativo porque cuestionan la aplastante realidad: la educación muere y la universidad ha llegado a su fin.

Desconocida hasta hace poco en la esfera pública, la UACM se ha vuelto en los últimos dos meses objeto de atención del aparato mediático. Lo que se ve en la pantalla, lo que dicen los opinólogos de toda ralea, lo que se publica en prensa sobre la movilización política de los estudiantes y la universidad pública puede leerse en una temporalidad histórica que se remonta hasta la huelga de la UNAM de 1999-2000. Se reutiliza ahora la figura del ultra irracional, anclada en el personaje de El Mosh, que fue creada en aquel entonces para criminalizar el movimiento estudiantil y justificar la entrada de la Policía Federal Preventiva a Ciudad Universitaria. Figura que activa los prejuicios sociales sobre la marginalidad: los paristas son vagos, ignorantes, adictos a los inhalantes y mercenarios pagados por intereses oscuros. A ello se suma la denostación total de la protesta social que implica asociar la imagen de López Obrador -el mayor “peligro para México” para los medios- como maquiavélico orquestador del caos.

Dentro de este discurso general de criminalización de la protesta destacan las representaciones referidas a la educación y la universidad. Discursos que sostienen significados empobrecidos de la educación, caracterizados por un desconocimiento de la UACM, su historia, su proyecto educativo, y las condiciones de sus estudiantes. Se despliega un feroz nihilismo de todo valor formativo que barre cualquier rastro de un para qué educar. Una pornografía del acto educativo que lo reduce todo a la repetitiva demanda de evaluaciones, a la imagen del “buen estudiante” como un ente que logra cualificarse o es desechado, al incuestionable dominio de unos conocimientos sustentados en la autoridad.

Reducir la enseñanza-aprendizaje a la aprobación, acreditación y titulación fue la estrategia que la rectora Esther Orozco desplegó como moneda de cambio para apelar a la representación dominante, e impulsar una propaganda criminalizadora contra la UACM, sus estudiantes y docentes. Faltando a todo rigor y ética académica, inventó haber realizado un diagnóstico de la universidad, que no consistía más que en la medición (mal hecha) del tiempo que tarda el estudiante en aprobar las materias correspondientes a su plan de estudios. La investigadora del área de genómicas que puede hacer un informe de investigación de acuerdo al formato de revistas internacionales como Nature, entregó un documento que no podría ser aceptado por ninguna publicación académica en el campo de la investigación educativa: sin estructura, sin construcción de variables, ¡Sin referencias! Pero eso es lo que menos importaba.

Amparada en la charola de su prestigio académico, validó e impuso su propio diagnóstico por golpe de autoridad, y salió a los medios a decir que la universidad es un fraude educativo. “¿En qué se basa para decirlo?”, “Hemos hecho un diagnóstico”. Por supuesto que en los medios a nadie le importa si la afirmación está sustentada, si no quién la sustenta. La “medida” de la rectora dice que los estudiantes de la UACM se tardan más tiempo del “esperado” en aprobar los créditos de su licenciatura y (esto no necesitaba ningún estudio) se titulan muy poco. El problema es que la baja o alta acreditación no es una variable, es un dato que necesita ser explicado. Pero Orozco pasó a ordenar cómo deberían ser los cambios dentro de la institución, y más importante, comenzó a etiquetar de “grillo” y “activista” a todo miembro de la comunidad que señalara esta estupidez.

Pedimos objetividad en análisis de conflicto #UACM No son 2 grupos en pelea sino 2 proyectos de universidad: la activista o la académica.
Ante la violencia extrema de un grupo pequeño de #UACM con conexiones externas fuertes, la rectora, el CU y la comunidad pedimos solidaridad (Esther Orozco, tuits desde la cuenta @Estherorozco del 12/11/2012)

La moralidad del eficientismo estandarizado, ignorante de las condiciones socioculturales de comunidades y sujetos, sin dosis alguna de reflexividad, es incapaz de observar sus propios errores. Intenta blanquear su imagen aludiendo a rancios valores de prestigio epistemológico del siglo XIX como la objetividad y el linaje, para camuflar de racional la imposición política de los exámenes de selección. Este lado político de la “política escolar” se ha hecho evidente de nuevo con el caso de la UACM, en el que la voz de la autoridad usa el fracaso escolar para construir la imagen negativa de la protesta. La propaganda impulsada por Orozco ha sido un éxito. Un ejemplo es la fuerza que ha cobrado la construcción social de “El fósil”: una etiqueta que caricaturiza, que alimenta el afán de ridiculizar y desvalorizar –como bullying masivo- y que coloca al Otro en el lugar de lo subhumano. El fósil es un personaje no educable, que tiene una tara.

Si esos muchachos fueron rechazados de otras instituciones no fue por discriminación, fue porque no tenían el nivel para convertirse en universitarios, porque no aprobaron los exámenes de admisión, porque representaban una amenaza a nivel conducta.
¡Imagíneselos a todos encerrados en un mismo salón de clases! ¡Imagíneselos fingiendo que se van a graduar en el tiempo que les corresponde y haciendo como que al final van a obtener un trabajo digno y remunerado! (Alvaro Cueva, “¡Pobres jóvenes! ¡Pobre México!”, Milenio, 11/11/2012

Los estudiantes de la UACM, de los que se pretende estar hablando, no alcanzan la condición humana, son en todo caso humanos con déficit, que no cuentan con el atributo del “nivel”. El juez que habla dicta que el fracaso escolar desautoriza a quien lo porte, y sentencia que quien no aprueba es “amenaza a nivel conducta”. El examen de selección se yergue aquí como artefacto mediático que sin justificación autoriza a hacer afirmaciones del más ramplón naturalismo. Así, el examen, que en la práctica solo mide la capacidad de resolver exámenes, permitiría, por gracia de este salto de autoridad, medir el grado de educabilidad como condición inherente al individuo: presunción de bestialidad que recuerda páginas nefastas de la historia de la segregación.

Hay un terreno fértil en la sociedad para estas imágenes. En el imaginario social la escolarización es un pálido reflejo de lo que fue a mediados del siglo XX. La escuela, que llegó a condensar los ideales posrevolucionarios, símbolo de la movilidad social, se desmorona con la Nación. Las sistémicas complicidades del sindicato y el gobierno han bloqueado y saboteado la educación básica hasta agotarla. Mientras la reforma obliga a realizar maratónicas pruebas estandarizadas sin sentido formativo más que el de copiar información, las escuelas del país obtienen los primeros lugares internacionales en violencia y acoso escolar según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos).

La urbanización de las últimas décadas ha erosionado los sistemas rurales tradicionales de crianza. Pocos soportes colectivos quedan para el desarrollo de las nuevas generaciones. En grandes zonas del país la alternativa para los jóvenes es enlistarse en los cuerpos paramilitares para obtener dinero y sentido. No es de extrañar que la sociedad mexicana sufra un deterioro severo de su concepción de la educación: se asume que nada que valga la pena puede aprenderse o lograrse en la escuela; que la vida, la sobrevivencia y todo aquello que nos hace ser quienes somos -motiva, divierte, satisface, beneficia- no se lo debemos al aprendizaje escolar. Y con ello el valor de aprender, conocer, investigar, informarse, leer, se desploman también.

A principios del siglo XX Durkheim expresaba -ahora nos resulta optimista- el supuesto clásico de que “cada sociedad busca realizar en sus miembros, por la vía de la educación, un ideal que le es propio”. Eso quiere decir que detrás del acto educativo habría unas intenciones que lo trascienden, que enviamos a los niños a la escuela o asistimos a la universidad no únicamente para obtener unas calificaciones y unos grados sino por unas metas socialmente deseadas. Hay mucha tinta sobre este “más allá” de la educación, baste para este ensayo citar el Artículo 2 de la Declaración mundial sobre educación para todos, de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura):

La satisfacción de [las necesidades de aprendizaje] confiere a los miembros de una sociedad la posibilidad y, a la vez, la responsabilidad de respetar y enriquecer su herencia cultural, lingüística y espiritual común, de promover la educación de los demás, de defender la causa de la justicia social, de proteger el medio ambiente y de ser tolerante con los sistemas sociales, políticos y religiosos que difieren de los propios, velando por el respeto de los valores humanistas y de los derechos humanos comúnmente aceptados, así como de trabajar por la paz y la solidaridad internacionales en un mundo interdependiente.

Sabemos que las instituciones educativas adoptan estos valores humanistas solo en el discurso, que los funcionarios y reformistas se dan graves golpes de pecho en la retórica de la tolerancia, la paz, y el medio ambiente, pero en la práctica poco se refleja. Llama la atención que en esta criminalización del fracaso escolar de que es objeto la UACM los actores concuerdan en olvidar los derechos humanos. Obtener créditos y títulos no supone ningún propósito de desarrollo para la persona, la comunidad o la sociedad. ¿A quién le puede interesar que estudiar le ayude a ser mejor persona?, ¿Quién, a sabiendas de la simulación extrema del sistema escolar, puede creer que aprender puede ser la diferencia para una cultura de paz? ¿Educar para la vida? Vamos, consigue un título y calla.

No se puede poner en manos de los estudiantes las decisiones, no porque los estudiantes sean buenos, malos o regulares si no porque es un asunto natural de formación. Lo que se necesita, como usted bien lo sabe, es que los profesores sean ellos quienes dirigen el tránsito, ellos son los que tienen el conocimiento, los estudiantes van a la universidad a acceder al conocimiento […] Es un asunto de sentido común, los estudiantes no pueden decir cómo deben ser los programas de estudio (Javier Solórzano, “UACM, la recurrente crisis…”, http://youtu.be/e7CNGL6CKQw, 12/11/2012)

En la guerra de representaciones contra la UACM, las posiciones más conservadoras sobre la educación son compartidas por autoridades universitarias, periodistas e “intelectuales” que tienen el micrófono en los medios:

  1. los estudiantes deben ser pasivos, dejar su formación en manos de expertos acreditados, dedicarse a aprobar pruebas y no perder el tiempo en opinar sobre su propia educación (aprender a obedecer versus aprender a aprender);
  2. las aulas son espacios cerrados que solo deben funcionar bajo la estructura jerárquica de la escuela industrializada, para entrar en ellas docentes y alumnos deben desprenderse de sus identidades y condiciones socioculturales, y debe evitarse a toda costa que el aula se vincule con la sociedad (individualismo versus colaboración);
  3. el conocimiento es legitimado por autoridad, educarse significa reproducir información validada por grupos que detentan el capital cultural, la innovación es excluyente, los fines (los productos) justifican los medios (los procesos), los saberes de sujetos y comunidades son versiones falsas y de potencial criminal (reproducción versus innovación inclusiva)

El desparpajo con el que Solórzano y todo un contingente de “periodistas” se adjudican autoridad para determinar que la educación debe orientarse según los valores de la escolarización de principios del siglo XX no habla más que de la ausencia de debate público y de la nula participación ciudadana. El silencio de los ciudadanos parece decir “si ustedes nos enajenan la responsabilidad en enseñar y aprender pues quédense su escuela”. La ausencia de todo para qué educar en la representación dominante de la educación es un síntoma de la inminente desaparición de la escuela como la conocemos. En el momento histórico de México, en el que la educación para la paz, el diálogo, la construcción comunitaria y la formación para la vida son indispensables, la apología maniquea de la eficiencia resulta criminal.

Hoy más que nunca imaginar y construir colectivamente otras formas de enseñanza-aprendizaje se constituye como una acción política. Los estudiantes, trabajadores y académicos uacemitas en resistencia alzan una bandera radical por la educación. Ante el contexto de privación cultural y pauperización de las relaciones sociales, apostamos por generar espacios de construcción colectiva, donde se enseña y aprende para buscar alternativas a la vida en común. Reivindicamos el conocimiento como derecho humano y herramienta para crear mundos posibles. Los uacemitas en lucha reclamamos, en palabras de Illich: “el sentido de responsabilidad personal de lo que se aprende y enseña para romper el sortilegio y superar el alejamiento entre el aprender y el vivir”.



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