25.4.11

Aprender a ciegas, el deseo de la imagen y la educación (in)visible [sentires y lecturas]




A Ana Olguín, compañera de aprendizajes: bien sabes que los aprendizajes invisibles duran dos o tres años, algunos veinte, y cuando ocurren no hay cosa más hermosa. Tú misma eres agente de la invisibilidad, en el consultorio, en el aula y en otros espacios
no conozco ningún atajo que permita descubrir al instante la signi­ficación potencial de los aspectos corrientes y enigmáti­cos de la vida de un aula (Philip W. Jackson)
Lo cotidiano es ordinario porque, después de todo, es nuestro hábito, o hábitat; pero puesto que esa misma inhabitación se nos hace perceptible de vez en cuando –a nosotros que la hemos construido– como extraordinaria, cabe concebir que algún otro lugar, o este lugar construido de otro modo, ha de ser lo que es ordinario para nosotros (Stanley Cavell)
los hábitos de utilizar correctamente los órganos mentales y fisiológicos de la vista se hacen automáticos, así como pasa con los hábitos de usar la garganta, la lengua y el paladar para hablar o las piernas para caminar (Aldous Huxley)


El deseo de la imagen


A veces el asombro se presenta a través de la obra de un ser humano, de la energía que nos invade constatar una creación, del sorpresivo giro que produce su contacto. El asombro que nos regala otra existencia es vital: en el asombro se funda una relación de respeto y amistad, una complicidad electrizante, porque "sabemos" y gozamos a un mismo tiempo. Desde un principio la obra de Evgen Bavcar penetró con asombro algo íntimo de mí forma de 'ver', más correctamente de 'no ver' el mundo. 

Dice Bavcar: "El hecho de que la gente me interrogue con tal insistencia acerca de por qué tomo fotografías, y de que se sorprenda de que efectivamente tenga la capacidad para producir imágenes, es consecuencia de prejuicios psicológicos, históricos y sociológicos acerca de los ciegos". Con agudeza señala Bavcar la soberbia social y al hacerlo desenmascara su centralidad en la imagen, pone el estigma adecuado con sus palabras y con su actividad. Salta Bavcar frente a nuestras narices evadiendo la ley de gravedad: es un fotógrafo ciego. Este in-vidente nos comparte en su obra una experiencia de la que podemos aprender, nosotros los videntes, qué es ver.




Yo fotografío lo que imagino, digamos que soy un poco como Don Quijote. Los originales están en mi cabeza. Se trata de la creación de una imagen mental, y de la huella física que mejor corresponde al trabajo de lo que es imaginado.


Lo importante es la necesidad de las imágenes, no cómo son producidas. Esto significa simplemente que cuando imaginamos cosas, existimos: no puedo pertenecer a este mundo si no puedo decir que lo imagino a mi propia manera. La imagen no es necesariamente algo visual: cuando un ciego dice que imagina, significa con ello que él también tiene una representación interna de realidades externas, que su cuerpo también media entre él y el mundo
Tener una necesidad de imágenes es crear un espejo interiorizado, en otras palabras, un speculum mundi que expresa nuestra actitud hacia la realidad que yace fuera de nuestro cuerpo. El deseo de la imagen es, entonces, el trabajo de nuestra interioridad, que consiste en crear, a partir de cada una de nuestras miradas auténticas, un objeto posible y aceptable para nuestra memoria. Sólo vemos lo que conocemos: más allá de mi conocimiento, no hay vista. El deseo de imágenes consiste en la anticipación de nuestra memoria, y en el instinto óptico que desea apropiar para sí el esplendor del mundo: su luz y sus tinieblas.
Lo que significa el deseo de las imágenes es que, cuando imaginamos las cosas, existimos. No puedo pertenecer a este mundo si no puedo decir que lo imagino de mi propia manera.






La educación debe ir a saltos


Recuerdo aquellas "prácticas" de la asignatura de Sensación y Percepción que eran ya costumbre cuando estudié en la Facultad de Psicología: los pasillos, escaleras y patios de la escuela eran de pronto tomados por equipos de tres o cuatro estudiantes que guiaban y cuidaban a una compañera o compañero que con los ojos vendados (con un paliacate, bufanda o corbata) iba dando tumbos con las manos extendidas en su breve tour "a ciegas" por el mundo. A los profesores se les había ocurrido -no se sabe bien cuándo- que tal actividad tenía un valor formativo para los nóveles psicólogos. A mi siempre me ha parecido una estampa de nuestra limitada idea de lo que significa humanamente ver -los prejucios sobre la ceguera que nos desnuda Bavcar.

Todo el empirismo tosco de estímulos y receptores -y también todo cognoscitivismo- palidece ante la noción de "deseo de la imagen", de memorias y tactos intensificados de la fotografía del ciego Bavcar. Su caso (y el de muchos fotógrafos ciegos) desdibuja nuestra concepción de lo posible -nuestra conservadora delimitación de lo qué es o no es posible. Bavcar no es una "persona con capacidades diferentes", no es el minusválido aquí, todo lo contrario, es, en un sentido profundo, un hombre en el uso pleno de sus facultades.





¿Qué es eso, en el fondo de nuestra creencia de ver, que vuelve inadmisible que los ciegos ayuden a los no ciegos a aprender a ver? ¿Desde cuándo se nos olvidó que ver, oler, caminar y cantar son aprendizajes en el más amplio sentido de la palabra? La condición de la ceguera, la condición de la falta biológica en general, no es más que la condición humana. No entender el dramatismo y el milagro cultural que implica que solo los humanos entre los demás animales -con excepción de los humanizados como perros y gatos- con "anormalidad" biológica  sobrevivan y más, mucho más allá produzcan vida, es perder el significado antropológico de la educación. Bavcar me hizo recordar a Vygotsky, qué tanto se dedicó a trabajar con ciegos y sordomudos, y con sus palabras termino.

Todo el aparato de la cultura humana (de la forma exterior del comportamiento) está adaptado a la organización psicofisiológica normal del hombre. Toda nuestra cultura presupone un hombre que posee determinados órganos -manos, ojos, oídos- y determinadas funciones del cerebro. Todos nuestros instrumentos, toda la técnica, todos los signos y símbolos están destinados para un tipo normal de persona. De aquí deriva la ilusión de que se da una convergencia, una transición  espontánea, de las formas naturales a las culturales, que en realidad no puede existir por la propia naturaleza de las cosas
En cuanto tenemos ante nosotros un niño que se aparta del tipo humano normal, agravado por la insuficiencia de la organización psicofisiológica, de inmediato, incluso para un observador ingenuo, la convergencia es sustituida por una profunda divergencia, por una discrepancia, por la falta de correspondencia entre las líneas del desarrollo natural y del desarrollo cultural del niño. Librado a su propia suerte y a su desarrollo natural, el niño sordomudo jamás aprenderá el lenguaje y el ciego nunca asimilará la escritura. Aquí acude en ayuda la educación, que crea una técnica artificial, cultural, un sistema especial de signos o símbolos culturales, adaptados a las peculiaridades de la organización psicofisiológica del niño anormal.
Los ciegos y sordomudos son algo así como un experimento de la naturaleza, que demuestra que el desarrollo cultural de la conducta no está vinculado ineludiblemente a una u otra función orgánica. El lenguaje no está ligado forzosamente al aparato fonador, puede realizarse en otro sistema de signos, así como la escritura puede ser trasladada de la forma visual a la táctil.
Los casos de desarrollo anormal permiten observar con máxima claridad esa divergencia en el desarrollo cultural y natural que, en realidad, también existe en un niño normal, pero que aquí aparece con la mayor nitidez [...] lo más importante es que las formas culturales de la conducta constituyen el único camino en la educación del niño anormal. Ese camino es la creación de rodeos del desarrollo, allí donde son imposibles los caminos directos. El lenguaje escrito para los ciegos y la escritura en el aire para los sordomudos son esos caminos psicofisiológicos de rodeo del desarrollo cultural.
Estamos habituados a la idea de que el hombre lee con los ojos y habla con la boca, y sólo el grandioso experimento cultural que ha demostrado que se puede leer con los dedos y hablar con la mano, descubre ante nosotros toda la convencionalidad y dinamismo de las formas culturales de la conducta. Desde el punto de vista psicológico, estas formas de la educación logran superar con éxito lo más importante, a saber: inculcar al niño sordomudo y al ciego el lenguaje y la escritura en el sentido propio de las palabras. Lo importante es que el niño ciego lea, que lea igual que nosotros, aunque esta función cultural se valga de un aparato psicofisiológico completamente diferente al nuestro.
Donde resulta imposible un desarrollo orgánico ulterior, se abre ilimitadamente el camino del desarrollo cultural [...] el desarrollo cultural borra o, más exactamente, convierte en histórica la superación natural de un desarrollo orgánico incompleto.


Como siempre esta es una historia de aprendizajes compartidos. Conocí el trabajo de Bavcar gracias a Alejandra Astudillo, estudiante de Comunicación y Cultura en la UACM, con quien tuve oportunidad de colaborar en su hermoso proyecto de Bestiarios medievales. Gracias Ale.


Sinestesia para ver con el tacto, que mi vista sufre de anestesia


Fuentes y sugerencias

Todas las fotos son de Bavcar, para ver y leer más y escuchar al propio Bavcar hablar de su arte:




Alfabetización audiovisual, @milasolamarquez

Aldous Huxley, El arte de ver




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