4.6.12

Propiciar el encuentro, acortar la brecha de participación

Revisitando un texto de Kierkegaard, que leí mucho antes de imaginar me dedicaría a la educación, encuentro esta cita:
[...] ser maestro no significa simplemente afirmar que una cosa es así, o recomendar una lectura, etcétera. No, ser maestro en el sentido justo es ser aprendiz. La instrucción empieza cuando tú, el maestro, aprendes del aprendiz, te pones en su lugar de modo que puedas entender lo que él entiende y de la forma que él lo entiende, caso de que no lo hayas entendido antes, o si lo has entendido antes, permitas a él someterte a un examen de manera que pueda asegurarse de que tú sabes tu papel. (Søren Kierkegaard, Mi punto de vista)



Kierkegaard esboza un lugar desconocido: ¿dónde existiría ese sitio en que fuera posible, normal, que los estudiantes examinaran a sus maestros? Ciertamente nos examinan, pero en secreto, en voz baja, sin que a veces ellos mismos se escuchen. En otro proyecto lo que intentamos fue justo amplificar y dar lugar a esos exámenes. La distancia entre lo que imagina Kierkegaard (pensando quizá en lo que él desearía de sus maestros) y lo que creemos es posible con nuestros estudiantes de carne y hueso en nuestra escuela de grava y cemento, constata la brecha de participación.

¿Cómo alguien que califica un X (examen, trabajo escrito, exposición oral, etcétera) podría entender lo que el aprendiz entiende y de la forma que lo entiende? La pregunta parece absurda. La evaluación que califica procede valorando la adecuación del estudiante a un programa, instrumento, indicadores y no al revés. Más absurda es la pregunta ¿de qué manera alguien que califica un X puede ser, al hacerlo, un aprendiz? No hay manera de aprender lo que entienden los estudiantes, lo que sería algo así como el currículum del maestro-aprendiz de Kierkegaard, cuando lo que se valora de su dicho o su acción es su semejanza con un perfil dado, un objetivo, un fósil.


La pobreza de la participación es un excedente inmenso producido por las instituciones (o su onerosa omisión), de la que la escuela tiene una gran tajada. Kierkegaard pone un dedo en la herida más sensible: la brecha está en el encuentro: la relación maestro-aprendiz (que es también la relación del maestro consigo mismo) no pasa por el encuentro, la voz de cada uno está siendo arrebatada por valores que no le son propios. Sin encuentro no hay eso común, no hay ese lugar en el que la participación puede tener sentido.

Es claro que el uso de las tecnologías por sí mismo no cambia el escenario cultural del acto educativo, especialmente cuando se ha garantizado la e-reproducción de los rituales, los roles y significados de la escuela analógica. La brecha, como argumentan con vehemencia Dolors Reig y muchos otros, no es tecnológica, es de aprendizaje y participación. En nuestro proyecto ya habíamos adelantado la necesidad de un enfoque de autenticidad, en el que el diseño y especialmente la evaluación puedan ajustarse a la "autorealización de una identidad" y al "logro de autenticidad". Estas nociones, tomadas del trabajo del filósofo Alessandro Ferrara, permiten explorar aprendizajes basados en la singularidad del colectivo y sus individuos, y no en una normatividad externa a su historicidad.


Al mismo tiempo, la realización de una identidad, permitiría -ese es el reto- mostrar casos o ejemplos que sean útiles y valorables en otros contextos y para otras personas. Una co-construcción creativa que pueda estimular a otros (empezando por sus participantes) a desear aprender y crear. Algo que hace tiempo, y antes de los e-learning, los colectivos y redes de docentes habían puesto en la mesa: el acto educativo de un colectivo (una maestra y su estudiante, un grupo, una red) debe valorarse por el saber que produce y no tanto por el que reproduce; por la heterogeneidad que alcanza, y no tanto por la homogenización a la que se somete.

En los contextos institucio-freni-zados que habitamos muchos, no solo es difícil dar a entender la importancia que tiene la identidad, la autorrealización y el encuentro, uno se se las tiene que ver con la sanción y la descalificación: ¿Pero dónde están los contenidos?, ¿Cómo podemos evaluar "eso" si no tenemos criterios iguales para todos?, Antes de ponerse a crear-sentir-pensar los chicos deben aprender lo básico / Antes de ponerse a innovar-sentir-errar los profes deben enseñar lo básico. El error, esa gran brújula del aprendizaje, se teme y es motivo de exclusión como si fuera la peste.

No nos queda más que visibilizarnos entre nosotros mismos, o aceptar que sentimos cosas que para el establisment de la representación del aprendizaje no son visibles (ergo, a veces tampoco para nosotros). 



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