26.3.09

Acerca de cuando nadie lee

Llegó el momento. La crisis de “nadie leyó”. Estaba averiguando si alguien había buscado el significado del concepto cognición, y una alumna dijo “más bien debería preguntar si alguien hizo la lectura”. La clase anterior pedí levantaran la mano los que no habían leído, dada la abrumadora mayoría empezamos la estrategia de leer en clase. Venía preparado a sabiendas de que la lectura en cuestión sería de difícil acceso. Supuse, que después de esa primera sesión de lectura en colectivo todos avanzarían un poco el texto, pero no fue así.

Como ya es costumbre cuando se presenta la crisis me siento y pregunto al grupo: “¿Qué hacen sus profesores cuando ocurre esto?”. La respuesta es que se enojan, y pueden hacer dos cosas, una es regañarlos con voz seria, que incluye cuestionar a los estudiantes sobre su responsabilidad como universitarios. He escuchado a compañeros docentes que platican este caso: “hoy sí me enojé, la verdad si los regañé porque no puede ser…”. La otra es indignarse de tal forma que salen dando un portazo, o plantean eso de “doy el tema por visto”.

Hace unos semestres que me vi a mí mismo haciendo la escena del regaño, y me congeló la idea de que otros profesores en otro tiempo, cuando yo era estudiante de licenciatura, me habían enseñado qué decir y cómo. “Ustedes ya están en el nivel universitario… ya no son niños chiquitos… es un privilegio estar en la universidad… ustedes están desaprovechando la oportunidad…” Esos profesores me habían enseñado cómo comportarme automáticamente ante una situación típica del aula. Repito que verme a mí mismo como la trasmisión de una actitud y unas palabra de otros me dio escalofríos, y fue lo que me ayudó a cuestionar mi papel.

Muchas veces los docentes explicamos la falta de lectura de los estudiantes como algo “que arrastran” del sistema educativo, es decir que no leer o no hacer la tarea es un comportamiento de la cultura escolar en la que los alumnos crecieron. Aplicamos este criterio a los estudiantes, pero ¿Y nosotros? Me parece que esta trasmisión del regaño es un ejemplo claro de cómo hemos los docentes “interiorizado”, como se dice, la cultura escolar. En el enojo por la crisis hay emoción y significados que parecen simplemente pasar por nosotros.

Hace unos días la profesora Francisca del Plantel Centro Histórico me compartió una hermosa experiencia de autonomía con niños de sexto de primaria. El grupo logró establecer sus propias reglas, de tal forma que si la docente se ausentaba los estudiantes trabajaban en las tareas colectivas sin necesidad de un adulto. Esto significó para la profesora asumir también las reglas colectivas, algo que simplemente ni siquiera nos proponemos, pues significa, lo saben bien, despedirse del precioso lugar del poder en el aula, un lugar que también aumenta nuestras úlceras, gastritis, u otras enfermedades psicosomáticas gracias a los momentos que se repiten una y otra vez como la crisis de “nadie leyó”.

¿Y en qué concluyó la crisis de hoy? Después de hablar de los posibles significados de la autonomía en el aprendizaje, y de platicar sobre por qué no se leyó, establecimos unos acuerdos mínimos. Acuerdos que no son nada del otro mundo, pero que en ellos va la construcción del grupo.

1 comentario:

JUAN dijo...

Tenemos mucho trabajo que hacer.

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