22.3.09

Los nervios del profesor en la primera clase

Las expectativas de un nuevo curso. Las posibilidades de conocimiento que se abren como caminos infinitos debajo de nuestros pies. De nueva cuenta me pregunto ¿cómo empezar? Recuerdo a los profesores en la Facultad de Psicología durante la primera clase. Se veían tan seguros, como si fueran magos haciendo magia sobre el entarimado y con el gis (la barita) en la mano. Ni un rastro de duda. ¡Y que importante era para nosotros los estudiantes esa primera clase! Algo así como la primera cita. ¿Habrá química? Como si ese acontecimiento definiera todo, definiera quién es el profesor (bromista, serio, enojón, sin chiste, exigente o barco) y quiénes son los estudiantes (aplicados, desmadrosos, unidos, divididos, desinteresados o comprometidos), y qué clase de grupo formarían juntos. Después aprendí a ver tras bambalinas, y me di cuenta que muchos de esos profesores comenzaban sus cursos siempre de la misma manera, repitiendo una rutina que les sienta cómoda y detrás de la cual se esconden de la mirada expectante de los alumnos. Aprendí a ver que esto de los salones de clase a veces es como un teatro donde todos somos al mismo tiempo actores y espectadores.

Yo también empiezo mi curso siempre de la misma manera, comunicando a los estudiantes que otra vez tengo dudas y no sé cómo empezar, expresando mis sentimientos desde este lado. Alguno de ustedes pensará “¿Qué tipo de profesor es este que habla de lo que siente?, esto sí que es raro”. Y no lo culparé. Para nosotros, los y las profesoras son hombres y mujeres de hierro, siempre con la respuesta a todas las preguntas, capaces de desplegar ante nuestros ojos esa magia de discurso y pizarrones, de conocimientos, capaces de decir qué hay que hacer y cuándo, y con el poder para decir que es conveniente aprender y qué no, y cuál es la mejor forma de hacerlo. En un sentido se parecen a los padres, pero ese es otro tema. El asunto es que tenemos una imagen del super-profesor, pero ¿Alguna vez se pusieron a pensar que los profesores también son personas? Supongamos que es el inicio de clases, así como hoy, y la nueva profesora simplemente pasa por una depre, como cualquiera de nosotros. Simplemente está un poco “bajoneada”, como se dice, tal vez porque nota un tanto ausente a su pareja, o porque se siente abrumada por el futuro del país. ¿Debemos exigir de ella que sea perfecta y oculte sus sentimientos? ¿Debe dejar de lado todo eso y transformarse como la bati-chica para dar la clase?
A lo que quiero llegar con esto es a que reflexionemos sobre el ambiente que queremos en el salón de clase. Yo prefiero un ambiente en el que se acepta que no soy perfecto y que no tengo la última palabra, un ambiente en el que pueda cometer errores, es decir donde pueda aprender. Una gran equivocación de nuestra imagen del super-profesor es creer que los que tienen el gis y la palabra no aprenden. Pues déjenme decirles que no hay panorama más depresivo para un profesor que un salón de clases donde no tiene nada que aprender (a menos que sea claro un ególatra y vanidoso).

Cuando se habla de lo mal que está la educación en este país, que si el sindicato y los maestros, que si los libros de texto, o la drogadicción y la violencia, francamente yo pregunto ¿Y qué hacemos para que la educación mejore? Parece que hablamos de la educación como algo que está muy lejos, algo que es un problema de otros y en otros lugares. Lo más paradójico es que esa charla de “que mal está la educación” muchas veces ocurre en un salón de clases. Bien, lo que yo digo es que la educación es aquí y ahora, en este salón y la hacemos nosotros. Y antes que el sindicato y todas esas cosas, esta lo que tenemos al alcance de las manos.

Es sin embargo un proceso difícil. Nos acusan de ser profesores y estudiantes tradicionales, y es cierto. Al profesor le cuesta mucho desprenderse del micrófono y ceder a los alumnos parte del control de lo que ocurre, a los estudiantes, por su parte, les cuesta mucho asumir responsabilidad y expresar su propio pensamiento. Sobre nosotros cae todo el tiempo la lápida de la evaluación y del “qué dirán”. ¿Qué dirán mis compañeros de mí si participo?, ¿Qué dirá el profesor si no tengo la respuesta?, ¿Qué dirán los alumnos de mí si me muestro débil?, ¿Qué dirán los otros profesores si mi clase no está en silencio? Y entonces nos preocupa tanto aparentar que aparentamos que enseñamos y aprendemos. Aparento que enseño temas importantes ¡Qué a nadie le importan!, aparento que aprendo, lo suficiente para resolver el examen. Pero al terminar los cursos ¿Qué realmente aprendimos? Nada, o casi nada que valga la pena para nuestras vidas. Entramos y salimos de los cursos siendo los mismos, cuando debería ser lo contrario: cada curso puede ser una aventura que nos trastoca y ayudar a ser mejores personas. Porque ¿Para qué queremos tener conocimientos si no es, como decía Goethe, para estar mejor equipados para la vida?

El ambiente de este curso es algo que tenemos a la mano y sobre el cual podemos empezar a hacer algo. Mi propuesta es sencilla, se reduce a dos palabras: COMUNICACIÓN y CONFIANZA. No tenemos que de pronto expresar nuestros sentimientos y broncas como si fuéramos grandes cuates, eso tal vez ocurra, tal vez no. Comunicación significa responsabilidad por el espacio de trabajo. ¿Qué es eso que de pronto el profesor no viene a clase y listo, sin avisar, y luego aparece la siguiente clase como si nada hubiera pasado?, y ¿Qué es eso que el estudiante de pronto desaparezca un par de semanas, o hasta un mes, y luego regrese, como si nada? Eso es una actitud que quiere decir: “me vale gorro”. No, este espacio, como decía mi maestra Blanca, lo pagan los impuestos del pueblo, y además ¿Cómo podremos aprender algo que valga la pena si no tenemos ese mínimo respeto por el espacio y las personas con quienes aprendemos?

Yo sé que cada uno y cada una de ustedes tiene sus pequeñas o grandes broncas. Y si no las tiene pronto las tendrá. Un trabajo que se puso rudo, una abuelita que está hospitalizada, un novio que no sabe lo que quiere, una distancia enorme que atravesar, un hijo que cuidar o una crisis existencial. Sé que cada uno y cada una es una persona y vive una vida. Solo en un mundo de fantasía (que algunos profesores tienen) ustedes vendrían a todas las clases y harían todas las tareas y lecturas. Pero en estas condiciones difíciles en las que estamos podemos hacer maravillas si tomamos en serio este espacio para aprender. No tengo ningún problema que por un motivo personal se ausenten, pero espero que avisen, y espero sobre todo que en lugar de compadecerse de ustedes mismos, estén dispuestos a plantear soluciones.

Piensen que este es un barco en el que navegamos juntos, pero el barco tiene imperfecciones, y necesita arreglos, ¿Qué hacemos, regresamos al puerto para hacer las reparaciones, o continuamos y vamos sobre la marcha trabajando juntos para seguir adelante? Si creemos que lo mejor es regresar, tal vez estemos pensando que un día este barco puede zarpar sin ningún problema ni dificultad. Pero ¿Cuándo será eso? ¿Cuándo viviremos en un mundo sin problemas? Creo que la idea de regresar es un poco irrealista (así como sus cursos de integración). Ahora, si somos realistas, no por eso dejamos de ser soñadores. No seremos estudiantes del TEC, ni de la UNAM, ni de la UAM, ni del POLI, pero ¿Quién dijo que esas universidades son el modelo a seguir?, ¿El modelo para quién? La UACM se hizo no sólo para dar cabida a estudiantes rechazados, se hizo sobre todo para construir una educación diferente, porque las universidades públicas y privadas tiene series limitaciones en la formación de sus estudiantes.

Fin de la primera reflexión de clase.

2 comentarios:

Ana Olguin dijo...

Si! Definitivamente una se re-encuentra con las lecturas en el momento que se necesitan! Ad hoc

Ana Olguin dijo...

ja! OK, las busca! :P

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...